sábado, 19 de abril de 2014

La muerte de nuestros hijos

Si la muerte no deja indiferente a nadie, la de un hijo, aún menos. Es una de las experiencias más duras por las que pasamos.

Asumimos, en nuestro primer y desarrollado mundo, que son los mayores los que se irán primero; decimos, es ley de vida. Olvidamos que la vida tiene su propio recorrido y no podemos hacer nada para impedirlo.

Cuando nacen nuestros hijos deseamos que tengan una vida estupenda, sencilla, cuajada de vivencias positivas y llenas de éxitos, ayudamos a que sean personas responsables, comprometidas y su vida sea feliz. Sin embargo, un día, la muerte hace acto de presencia, y nuestros hijos mueren, ya sea por un accidente, una autoliberación, una enfermedad terminal, sufriendo muerte súbita, suicidio, asesinato, negligencias médicas, etc. No estamos preparados para ello. Nuestro mundo se derrumba, se viene abajo, inundándose de rabia, desconcierto, impotencia, angustia, y sobre todo, mucho dolor. Les dimos la bienvenida al nacer, les protegimos y ahora, mueren.

Quizá la muerte más "fácil" de integrar sea la de una enfermedad terminal, ya que nos permite acompañarles en su proceso, ayudarles en su tránsito, cerrando su ciclo, guiándoles en su paso por la vida y la muerte. Hemos estado junto a ellos y es importante.

Un duelo por la muerte de un hijo, no tiene un tiempo de superación. Es una muerte que deja unas heridas difíciles de curar y cicatrizar. Entre otros factores, además de lo que implica la muerte en sí, también entraría en juego nuestro dolor, nuestra impotencia y nuestra "culpa", el no perdonarnos por no haber podido evitar su marcha. La mente no para de pensar: si hubiera estado más atento, si no le hubiera dejado salir aquella noche, si hubiera .... Y en algunos casos, no nos perdonamos, nos sentimos responsables de su marcha, sin serlo.

Aparece el autoboicot, deseamos dejar de vivir. Si ellos han muerto, sentimos que les fallamos, y nos castigamos. La risa, la alegría, el juego desaparece; decidimos que la vida se estanque y pare, hay un antes y un después. Es cierto, es un hecho real. Ya nada será igual.

Pero, ¿es justo para los que nos rodean, nos quieren, y sobre todo, para nosotros mismos "el morir en vida" por la muerte de nuestros hijos? ¿Qué desean ellos que hagamos con nuestra vida? Sin duda alguna, desean que seamos felices, que realicemos nuestros sueños, aunque no es una tarea fácil de llevar a cabo.

La vida continúa avanzando. Si tenemos familia, amigos, más hijos, también necesitan de nosotros, de nuestro apoyo y alegría. Podemos elegir vivir, a pesar del dolor, e ir integrándolo, sabiendo que habrá días mejores, muy duros, que la vida será una montaña rusa de emociones y que nos acordaremos de nuestros hijos todos los días. También podemos decidir sufrir, penar, como la manera de sacar nuestro dolor, la rabia, la ira; y además, hay quién decide, volcarla en los demás.

He escuchado muchas veces a personas que han perdido a hijos, decir que su vida carece de sentido, se ha ido la alegría, el motor de sus vidas, y no se dan cuenta que a su alrededor hay más personas que también les necesitan, que les aman y desean su bienestar. En ocasiones, su propio dolor, les impide aceptar que la vida sigue, incluso les ha llegado a molestar y no entender que el resto de las personas se rían, y disfruten de momentos de felicidad.

Cada uno de nosotros vive el dolor y el duelo de manera distinta. No siempre tenemos la misma fuerza interior, ni las heridas la misma profundidad, ni dejan la misma huella y cicatriz.

Debemos perdonarnos, asumir que pese a lo injusta que es la vida, nos regala momentos maravillosos. Está en nuestra mano el vivirlos y disfrutarlos, reconocer que el divertirse ayuda a que los seres que han fallecido estén mejor, pues desean nuestra felicidad y no el dolor y tristeza. Podemos aprender a ver que toda vivencia por muy dura y difícil que sea, forma parte de las pruebas de vida que hemos elegido vivir como almas que somos.

La muerte de nuestros hijos abre caminos nuevos en nuestra vida. Rutas que facilitan el llevar a cabo, el trabajo que nuestra alma eligió realizar en esta encarnación. Podemos decidir ayudar a los demás a sobrellevar el dolor, a compartir nuestra experiencia, a acompañar en situaciones difíciles, luchar por el reconocimiento de una muerte, de una negligencia, ayudar a la sociedad a tomar conciencia de las muertes por accidente, trágicas, ayudar a cambiar leyes.....

Pues su muerte no ha sido en vano y ha abierto nuevas sendas para encontrarnos a nosotros mismos, para saber quiénes somos, qué cualidades tenemos, y qué y cómo queremos vivir la vida. Podemos elegir vivir lo positivo dentro de lo negativo. Siempre hay luz a pesar de la oscuridad.


La imagen está sacada de internet y desconozco quién es su autor.

miércoles, 9 de abril de 2014

Las señales de los seres queridos fallecidos y el tiempo

Hace ya unos días, Julia, realizaba una pregunta en uno de los comentarios del blog. Quiero volver a hablar de ello, porque creo que se trata de una cuestión interesante. Y sin más misterios, dejo aquí parte de su comentario.

Julia: "... Tengo una duda hablando el otro día con una amiga que tb cree le pasa igual que ami, por que se nota más la presencia en el primer año que han fallecido? Por lo menos este es nuestro caso.

Ahora estoy pasando por momentos difíciles y por más que este paciente y algo atenta no, noto ninguna señal de ellos. Aveces si que me invade como mucha paz y protección supongo que tb es una manera de decirme que están ahí... "

¿Por qué se nota más y con mayor intensidad la presencia de los seres queridos tras su fallecimiento? La respuesta es sencilla. Tras su marcha, quieren transmitirnos cómo se encuentran, si están bien, si necesitan algo. Y lo suelen hacer, a través de señales que podemos entender con cierta facilidad. Por ejemplo, oler su fragancia, escuchar su canción favorita, sentirles a nuestro lado aunque no les veamos, sentir una caricia, verles en sueños, etc.

El dolor ante la pérdida actúa como un resorte de protección; nos aisla, blindándonos a lo que sucede alrededor. Es tan intenso, que el resto de lo que ocurre a nuestro lado parece que no importa, hasta puede que carezca de sentido, dándonos así, tiempo para sanar, para integrar la pérdida. Es parte del duelo.

Una parte de nosotros, desea tener señales, comunicaciones y mensajes de nuestros seres queridos; y a la vez, el mismo dolor, lo impide. A pesar de ello, existen momentos en los que tenemos paz; la mente y el corazón están más tranquilos y con ellos, abiertos a escuchar y sentir. Y es entonces, en esos instantes, cuando podemos sentirles con mayor fuerza.

Eso no significa que sólo se comuniquen en ese momento, porque seguro que lo han hecho más veces, sino que es cuando estamos preparados para vivirlo.

Los seres que han fallecido, una vez que han transmitido su mensaje, se sienten "liberados". Hemos recibido su comunicación, la conocemos y sentimos. Ya está, trabajo realizado. Si querían decirnos que estaban bien y lo sabemos, ya no insisten más, ya tenemos la información que querían darnos. 

Una vez que el dolor va remitiendo, estamos más abiertos, queremos, necesitamos sentirles, saber de ellos. Tenemos necesidad de ellos. Sin embargo, solemos olvidar que en el otro plano, la situación es distinta a la de la tierra. Pensamos que si nos acordamos de ellos con fuerza e intensidad, lógicamente nuestros seres queridos, también sienten lo mismo. 

Están a nuestro lado. Algunos eligen estar con nosotros, por ser su deseo, por su amor, su misión, etc. Cuidan y velan de nosotros. Podemos recibir mensajes o información que deseen transmitirnos. En este caso, elegirán el momento adecuado para hacerlo. Podemos estar totalmente preparados para la escucha, para sentirles y no recibir información. 

Son ellos, los que deciden cuándo, cómo, dónde, a través de quién, de qué manera, etc. Generalmente, cuando les llamamos o pedimos su ayuda, solemos recibir su respuesta, a veces, nos informan directamente; y otras veces, nos damos cuenta que hemos recibido una ayuda extra, su apoyo, en determinada situación de la vida, aunque no nos lo hayan dicho.

Resumiendo, es más fácil sentir la presencia de nuestros seres al principio, durante el primer año tras su fallecimiento, porque quieren comunicarnos cómo están ya que saben que necesitamos saberlo, pues nos reconforta y ayuda a integrar su marcha.

Una vez que han dado el mensaje, su presencia tiende a desaparecer, a ser menos palpable y evidente. Eso no significa que desaparezcan de nuestra vida, sino que ya no hay tanta prisa por dar un mensaje puesto que ya hemos recibido la información que necesitábamos conocer.

Hay un cambio de papeles, llega un momento en que somos nosotros los que deseamos saber más, estamos más abiertos y podemos asimilar mejor lo que deseen comunicarnos. Debemos tener paciencia, sabiendo que ellos, que ven y saben más que nosotros, escogerán el momento adecuado para hacerse notar, sentir y transmitirnos sus mensajes. 

Tampoco debemos olvidar, que muchas de las señales que nos envían, son tan sutiles que a veces que pueden pasar desapercibidas. Estemos abiertos a lo inesperado, dejemos la mente a un lado, y abramos el corazón a sentir, ver y percibir. 

La energía que somos, la que nos une, es el amor y nunca desaparece.


La imagen está sacada de internet y desconozco quién es su autor.